La maleta esta a medio hacer. Me queda llevarme prestado calcetines( sin tomates, a poder ser) de papá y adueñarme de algún que otro producto del pelo de mamá. Hecha, revisada y sellada ya solo me queda esperar hasta la hora de salida. Para hacer algo de tiempo me doy una vuelta por el jardín -Es de los pocos lugares en los que veo cambios, donde el transcurso del tiempo deja su huella. Porque por lo demás, todo seguirá igual que como lo dejé-. Allí guardo multitud de recuerdos, a cuál de ellos mejor. Me quedo observando un arenero situado en la parte trasera de la casa, cerca de una hamaca atada a dos árboles. Siendo poco menos que un renacuajo, solía pasar tardes enteras en aquel arenero; construía castillos de arena, caminaba descalzo sobre ella y la agarraba fuertemente con mis manos para que se deslizara entre mis dedos. Quizás de ahí surgió mi devoción por la playa. A día de hoy, en ese arenero yacen enterrados el cuerpo de ya dos perretes que tuve en mi infancia y adolescencia. La virgen, como los quise y como los quiero actualmente. Que culpa tendrán ellos de nada, de cualquier cosa mala que les pase. Vuelvo a abrir el armario por si me he dejado alguna prenda que llevarme. Cuando vuelva a abrir ese armario de nuevo, será un baúl de recuerdos. Toda esa ropa no la sentiré mía, pertenecerá a aquel chico que un día se fue y ahí la dejó. Que difícil es convivir con lo que un día uno fue y con esas prendas ‘cargaditas’ de recuerdos. No le encuentro remedio algún ni pretendo buscárselo siquiera.
Mamá, me voy el martes
Mamá, me voy el martes
Mamá, me voy el martes
La maleta esta a medio hacer. Me queda llevarme prestado calcetines( sin tomates, a poder ser) de papá y adueñarme de algún que otro producto del pelo de mamá. Hecha, revisada y sellada ya solo me queda esperar hasta la hora de salida. Para hacer algo de tiempo me doy una vuelta por el jardín -Es de los pocos lugares en los que veo cambios, donde el transcurso del tiempo deja su huella. Porque por lo demás, todo seguirá igual que como lo dejé-. Allí guardo multitud de recuerdos, a cuál de ellos mejor. Me quedo observando un arenero situado en la parte trasera de la casa, cerca de una hamaca atada a dos árboles. Siendo poco menos que un renacuajo, solía pasar tardes enteras en aquel arenero; construía castillos de arena, caminaba descalzo sobre ella y la agarraba fuertemente con mis manos para que se deslizara entre mis dedos. Quizás de ahí surgió mi devoción por la playa. A día de hoy, en ese arenero yacen enterrados el cuerpo de ya dos perretes que tuve en mi infancia y adolescencia. La virgen, como los quise y como los quiero actualmente. Que culpa tendrán ellos de nada, de cualquier cosa mala que les pase. Vuelvo a abrir el armario por si me he dejado alguna prenda que llevarme. Cuando vuelva a abrir ese armario de nuevo, será un baúl de recuerdos. Toda esa ropa no la sentiré mía, pertenecerá a aquel chico que un día se fue y ahí la dejó. Que difícil es convivir con lo que un día uno fue y con esas prendas ‘cargaditas’ de recuerdos. No le encuentro remedio algún ni pretendo buscárselo siquiera.